domingo, 29 de septiembre de 2013

Carlos II el Hechizado, la triste historia de un rey enfermo.




Carlos II el Hechizado, la triste historia de un rey enfermo.

 


 

El domingo 6 de noviembre de 1661 nació “un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes”. De esta manera se contaba en la Gaceta de Madrid el nacimiento de un rey español que fue un auténtico compendio de patologías: Carlos II.

Más crítico con el aspecto de este nuevo infante fue el Embajador de Francia, quien escribió a Luis XIV:

”El Príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura (…) asusta de feo”.

Así comienza la triste historia de este desgraciado rey de España, último del linaje de los Austrias, un pobre enfermo desde su nacimiento hasta su muerte, muy probablemente por la continua endogamia practicada por sus ascendientes, tal y como expone García-Arguelles:

«En el tronco familiar figuran repetidos los nombres de Felipe el Hermoso y Juana la Loca ocho veces; los de Fernando I y Ana de Bohemia, nueve; Carlos V e Isabel de Portugal, cuatro; Felipe III y Margarita de Austria son, a la vez, sus abuelos y bisabuelos. Su padre estaba casado con una hija de su hermana, por lo que, a la vez, era tío segundo de su hijo y su madre resulta ser prima de su propio hijo»

De Carlos II se sabe con casi total seguridad que padeció el Síndrome de Klinefelter, enfermedad genética que consiste en una alteración cromosómica expresada por un cariotipo 47/XXY, es decir, que tienen un cromosoma X supernumerario.

Dicho síndrome se caracteriza por infertilidad, niveles inadecuados de testosterona, disfunción testicular, hipogenitalismo (genitales pequeños), ginecomastia (crecimiento de los senos), trastornos conductuales y aspecto eunucoide (talla alta, extremidades largas, escaso vello facial y distribución de vello de tipo femenino). Otras anomalías asociadas son criptorquidia (testículos intraabdominales, no descendidos a la bolsa escrotal), hipospadias (orificio de la uretra situado no en la punta, sino entre la base y la punta del pene) y escoliosis, así como diabetes y bronquitis crónica en la edad adulta. Carlos II no presentaba algunos de los elementos característicos de la enfermedad (no tenía ginecomastia ni estatura alta), por lo que se piensa que su caso podría tratarse de una variante de mosaicismo con fórmula 46XY/47XXY (es decir, algunas células con cariotipo normal en un varón, XY, y otras con cariotipo alterado XXY), con talla normal y sin ginecomastia y sin embargo, siempre con azoospermia (ausencia de espermatozoides), retraso mental, y a veces lesiones cardiacas y disfunción tiroidea.

Con el fin de que aquel débil muchacho sobreviviera, fue alimentado por 14 amas de cría distintas, que le amamantaron hasta la edad de 4 años, y no se continuó durante más tiempo porque se consideraba “indecoroso” para un monarca (su padre falleció cuando Carlos contaba 4 años de edad). Sin embargo, no pudo sostenerse en pie hasta los 6 años de edad, debido probablemente a un raquitismo por déficit de vitamina D, agravado también por la falta de luz solar, puesto que prácticamente no se sacó al niño al exterior por temor a los enfriamientos. Se sabe también que distintos padecimientos de origen infeccioso minaron la salud del pequeño monarca: infecciones respiratorias de repetición, sarampión, varicela, rubeola y viruela. Además, padeció epilepsia desde la infancia hasta los 15 años, que posteriormente recurrió al final de su vida. Y, por último, no podemos olvidarnos de un evidente retraso intelectual: Carlos II no aprendió a leer hasta la edad de 10 años y nunca supo escribir correctamente. Padecía ataques de cólera desmesurados y tuvo adicción alimentaria al chocolate (chocoholismo).

Dada la enfermiza constitución del monarca, se descuidó su educación puesto que se pensaba que iba a morir joven, y pronto se abordó el tema sucesorio, por lo que, tras fructíferas negociaciones, se casó a los 18 años con María Luisa de Orleans, de 17. Pese a que el rey estaba enamorado de María Luisa, nunca llegó a consumar el matrimonio, por padecer “eyaculación precocísima”: debido a su alteración genética, producía líquido prostático, pero no espermático, cosa que los sabios de aquella época aún no eran capaces de distinguir: de hecho, el Embajador francés logró hacerse con unos calzoncillos usados del Rey para enviarlos a dos médicos de su confianza: uno de los médicos opinó que era estéril y el otro que no. Así las cosas, María Luisa falleció virgen diez años más tarde por una apendicitis aguda, según reveló su autopsia.

A la edad de 28 años, la salud del monarca era ya muy precaria: envejeció muy rápidamente (se puede decir que pasó de la infancia a la vejez sin pasar por la madurez), por este motivo el Dr. Gregorio Marañón pensaba que el rey podría haber padecido también un panhipopituitarismo con progeria (envejecimiento prematuro). Además, presentaba frecuentes problemas gastrointestinales, fruto probablemente de la comentada adicción alimentaria al chocolate, a la mala nutrición y al pronunciado prognatismo que le dificultaba la correcta masticación de los alimentos. Presentaba también infecciones urinarias de repetición, cólicos renales por la presencia de cálculos y hematurias (sangrados repetidos de la orina).

Dada la preocupación por la falta de descendencia, al año de la muerte de María Luisa, se casó con Mariana de Neoburgo. Sin embargo, a pesar de los fértiles antecedentes de ella (los padres de Mariana tuvieron 23 hijos), la descendencia no llegaba. En su desazón, potenciada por las reiteradas simulaciones de embarazo por parte de Mariana, el mismo Carlos sospechaba que un hechizo proferido contra él le impedía engendrar, razón por la cual ordenó en 1698 investigar el tema al Inquisidor General, Cardenal Rocaberti. Los truculentos peritajes concluyeron que el rey había sido víctima de un hechizo, el cual :

«Se lo habían dado en una taza de chocolate el 3 de abril de 1675, en la que habían disuelto sesos de un ajusticiado para quitarle el gobierno; entrañas para quitarle la salud y riñones para corromperle el semen e impedir la generación».

Carlos II fue exorcizado mediante una serie de pócimas asquerosas, entre ellas pichones recién muertos sobre la cabeza para evitar la epilepsia y entrañas calientes de corderos para sus procesos intestinales, las cuales sólo lograron empeorar su ya delicada salud. Finalmente, su esposa Mariana se apiadó del pobre enfermo, poniendo fin a los repugnantes remedios y a los embarazos simulados.

 

 La salud de Carlos II se deterioraba progresivamente: ya en marzo del 98 el Marqués D´ Harcourt escribía a Luis XIV:

”Es tan grande su debilidad que no puede permanecer más de una o dos horas fuera de la cama (…) cuando sube o baja de la carroza siempre hay que ayudarle”. También señala la hinchazón de pies, piernas, vientre y cara y “a veces hasta la lengua, de tal forma que no puede hablar”. Estos síntomas se debían probablemente a una insuficiencia renal provocada por los cálculos renales que tenía el paciente. Presentaba también fatiga intensa y diarreas frecuentes, muchas de ellas provocadas por las purgas que le recetaban los médicos de la corte. El 5 de octubre de 1700, el Dr. Goleen escribe:

“Su Majestad recibió los Sacramentos e hizo testamento el día 2 aunque se ignora su contenido pues se guarda absoluta reserva. La enfermedad es grave pues en pocos días ha tenido más de 200 cursos (deposiciones); perdió el apetito y está extenuadísimo, al punto de parecer un esqueleto”

Todavía duró tres semanas más. Extenuado, respirando fatigosamente, haciendo sus numerosas deyecciones en la cama y tras dos días en coma, precedido de una fiebre alta, murió el día l de noviembre de 1700 “entregando su alma a Dios a las dos y cuarenta y nueve de la tarde”. Sus últimas palabras fueron, en respuesta a una pregunta de la Reina: “Me duele todo”. Tuvo, después, un ataque de epilepsia, que duró 3 horas, quedando sin señales de vida. Luego abrió la boca por tres veces, tuvo una convulsión y expiró. La autopsia desveló que :

“No tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua”.

Así termina la tristísima vida del último rey de los Austrias, al que la Historia no puede juzgar como tal, sino como a un pobre enfermo desde su nacimiento hasta su agónica muerte.

Gracias por la entrada a la doctora Raquel Monsalvo, especialista en Medicina Interna.

 

 

                http://espanaeterna.blogspot.com.es/2010/11/carlos-ii-el-hechizado-la-triste.html

 

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