Carlos II el Hechizado, la triste
historia de un rey enfermo.
El domingo 6 de noviembre de 1661
nació “un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo
negro y algo abultado de carnes”. De esta manera se contaba en la Gaceta de
Madrid el nacimiento de un rey español que fue un auténtico compendio de
patologías: Carlos II.
Más crítico con el aspecto de
este nuevo infante fue el Embajador de Francia, quien escribió a Luis XIV:
”El Príncipe parece bastante
débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la
cabeza llena de costras y el cuello le supura (…) asusta de feo”.
Así comienza
la triste historia de este desgraciado rey de España, último del linaje de los
Austrias, un pobre enfermo desde su nacimiento hasta su muerte, muy
probablemente por la continua endogamia practicada por sus ascendientes, tal y
como expone García-Arguelles:
«En el tronco familiar figuran
repetidos los nombres de Felipe el Hermoso y Juana la Loca ocho veces; los de
Fernando I y Ana de Bohemia, nueve; Carlos V e Isabel de Portugal, cuatro; Felipe
III y Margarita de Austria son, a la vez, sus abuelos y bisabuelos. Su padre
estaba casado con una hija de su hermana, por lo que, a la vez, era tío segundo
de su hijo y su madre resulta ser prima de su propio hijo»
De Carlos II
se sabe con casi total seguridad que padeció el Síndrome de Klinefelter,
enfermedad genética que consiste en una alteración cromosómica expresada por un
cariotipo 47/XXY, es decir, que tienen un cromosoma X supernumerario.
Dicho síndrome
se caracteriza por infertilidad, niveles inadecuados de testosterona,
disfunción testicular, hipogenitalismo (genitales pequeños), ginecomastia
(crecimiento de los senos), trastornos conductuales y aspecto eunucoide (talla
alta, extremidades largas, escaso vello facial y distribución de vello de tipo
femenino). Otras anomalías asociadas son criptorquidia (testículos
intraabdominales, no descendidos a la bolsa escrotal), hipospadias (orificio de
la uretra situado no en la punta, sino entre la base y la punta del pene) y
escoliosis, así como diabetes y bronquitis crónica en la edad adulta. Carlos II
no presentaba algunos de los elementos característicos de la enfermedad (no
tenía ginecomastia ni estatura alta), por lo que se piensa que su caso podría
tratarse de una variante de mosaicismo con fórmula 46XY/47XXY (es decir,
algunas células con cariotipo normal en un varón, XY, y otras con cariotipo
alterado XXY), con talla normal y sin ginecomastia y sin embargo, siempre con
azoospermia (ausencia de espermatozoides), retraso mental, y a veces lesiones
cardiacas y disfunción tiroidea.
Con el fin de
que aquel débil muchacho sobreviviera, fue alimentado por 14 amas de cría
distintas, que le amamantaron hasta la edad de 4 años, y no se continuó durante
más tiempo porque se consideraba “indecoroso” para un monarca (su padre
falleció cuando Carlos contaba 4 años de edad). Sin embargo, no pudo sostenerse
en pie hasta los 6 años de edad, debido probablemente a un raquitismo por
déficit de vitamina D, agravado también por la falta de luz solar, puesto que prácticamente
no se sacó al niño al exterior por temor a los enfriamientos. Se sabe también
que distintos padecimientos de origen infeccioso minaron la salud del pequeño
monarca: infecciones respiratorias de repetición, sarampión, varicela, rubeola
y viruela. Además, padeció epilepsia desde la infancia hasta los 15 años, que
posteriormente recurrió al final de su vida. Y, por último, no podemos
olvidarnos de un evidente retraso intelectual: Carlos II no aprendió a leer
hasta la edad de 10 años y nunca supo escribir correctamente. Padecía ataques
de cólera desmesurados y tuvo adicción alimentaria al chocolate (chocoholismo).
Dada la
enfermiza constitución del monarca, se descuidó su educación puesto que se
pensaba que iba a morir joven, y pronto se abordó el tema sucesorio, por lo
que, tras fructíferas negociaciones, se casó a los 18 años con María Luisa de
Orleans, de 17. Pese a que el rey estaba enamorado de María Luisa, nunca llegó
a consumar el matrimonio, por padecer “eyaculación precocísima”: debido a su
alteración genética, producía líquido prostático, pero no espermático, cosa que
los sabios de aquella época aún no eran capaces de distinguir: de hecho, el
Embajador francés logró hacerse con unos calzoncillos usados del Rey para
enviarlos a dos médicos de su confianza: uno de los médicos opinó que era
estéril y el otro que no. Así las cosas, María Luisa falleció virgen diez años
más tarde por una apendicitis aguda, según reveló su autopsia.
A la edad de
28 años, la salud del monarca era ya muy precaria: envejeció muy rápidamente
(se puede decir que pasó de la infancia a la vejez sin pasar por la madurez),
por este motivo el Dr. Gregorio Marañón pensaba que el rey podría haber
padecido también un panhipopituitarismo con progeria (envejecimiento prematuro).
Además, presentaba frecuentes problemas gastrointestinales, fruto probablemente
de la comentada adicción alimentaria al chocolate, a la mala nutrición y al
pronunciado prognatismo que le dificultaba la correcta masticación de los
alimentos. Presentaba también infecciones urinarias de repetición, cólicos
renales por la presencia de cálculos y hematurias (sangrados repetidos de la
orina).
Dada la
preocupación por la falta de descendencia, al año de la muerte de María Luisa,
se casó con Mariana de Neoburgo. Sin embargo, a pesar de los fértiles
antecedentes de ella (los padres de Mariana tuvieron 23 hijos), la descendencia
no llegaba. En su desazón, potenciada por las reiteradas simulaciones de
embarazo por parte de Mariana, el mismo Carlos sospechaba que un hechizo
proferido contra él le impedía engendrar, razón por la cual ordenó en 1698
investigar el tema al Inquisidor General, Cardenal Rocaberti. Los truculentos
peritajes concluyeron que el rey había sido víctima de un hechizo, el cual :
«Se lo habían dado en una taza de
chocolate el 3 de abril de 1675, en la que habían disuelto sesos de un
ajusticiado para quitarle el gobierno; entrañas para quitarle la salud y
riñones para corromperle el semen e impedir la generación».
Carlos II fue
exorcizado mediante una serie de pócimas asquerosas, entre ellas pichones
recién muertos sobre la cabeza para evitar la epilepsia y entrañas calientes de
corderos para sus procesos intestinales, las cuales sólo lograron empeorar su
ya delicada salud. Finalmente, su esposa Mariana se apiadó del pobre enfermo,
poniendo fin a los repugnantes remedios y a los embarazos simulados.
La salud de Carlos II se deterioraba
progresivamente: ya en marzo del 98 el Marqués D´ Harcourt escribía a Luis XIV:
”Es tan grande su debilidad que
no puede permanecer más de una o dos horas fuera de la cama (…) cuando sube o
baja de la carroza siempre hay que ayudarle”. También señala la hinchazón de
pies, piernas, vientre y cara y “a veces hasta la lengua, de tal forma que no
puede hablar”. Estos síntomas se debían probablemente a una insuficiencia renal
provocada por los cálculos renales que tenía el paciente. Presentaba también
fatiga intensa y diarreas frecuentes, muchas de ellas provocadas por las purgas
que le recetaban los médicos de la corte. El 5 de octubre de 1700, el Dr.
Goleen escribe:
“Su Majestad recibió los
Sacramentos e hizo testamento el día 2 aunque se ignora su contenido pues se
guarda absoluta reserva. La enfermedad es grave pues en pocos días ha tenido
más de 200 cursos (deposiciones); perdió el apetito y está extenuadísimo, al
punto de parecer un esqueleto”
Todavía duró
tres semanas más. Extenuado, respirando fatigosamente, haciendo sus numerosas
deyecciones en la cama y tras dos días en coma, precedido de una fiebre alta,
murió el día l de noviembre de 1700 “entregando su alma a Dios a las dos y
cuarenta y nueve de la tarde”. Sus últimas palabras fueron, en respuesta a una
pregunta de la Reina: “Me duele todo”. Tuvo, después, un ataque de epilepsia,
que duró 3 horas, quedando sin señales de vida. Luego abrió la boca por tres
veces, tuvo una convulsión y expiró. La autopsia desveló que :
“No tenía el cadáver ni una gota
de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los
pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo
testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua”.
Así termina la tristísima vida
del último rey de los Austrias, al que la Historia no puede juzgar como tal,
sino como a un pobre enfermo desde su nacimiento hasta su agónica muerte.
Gracias por la entrada a la
doctora Raquel Monsalvo, especialista en Medicina Interna.
http://espanaeterna.blogspot.com.es/2010/11/carlos-ii-el-hechizado-la-triste.html
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